EL CHORIZO IBÉRICO

 

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Hace unos años, bastantes, un artículo titulado “El chorizo ibérico”, tendería a despertar la curiosidad de los aficionados al buen comer y, más en especial, a este exquisito producto nacional del que me declaro un apasionado. Hoy en día, en cambio, mucho me temo que no serán pocos los que, ante ese mismo título, ya no les vendrá  a la mente, como primera opción, el aroma del rico embutido, sino más bien esperarán encontrar en sus líneas algún nuevo episodio de nuestro cotidiano mangoneo político. Y es que, verdaderamente, hoy en día a nadie sorprende la aparición de una nueva noticia sobre corrupción política; sino que, cuando sale a la luz, la curiosidad nos invade sólo para saber a quién le ha tocado, a quién han pillado esta vez.

Lo último en la materia ha sido la llamada “Operación púnica”, en la que, en esta ocasión, le ha caído la china mayoritariamente a politicuchos del PP, a quienes han trincado por los presuntos delitos de casi siempre: poner la mano a cambio de una concesión (cohecho, para los puristas) o, dicho de forma más genérica, permitir irregularidades a favor de quien te ha untado debidamente.

Pero yo ahora no quiero hablar de los chorizos, para lo que necesitaría una obra con varios volúmenes, sino de la fábrica de la que salen. Todos ellos. Eso sí, con diferentes etiquetas: en España, pese a haber muchas más, destacan por encima de todas las marcas Chorizos pepero”, “El puño y la rosa”, “Amics de can Pujol” y “Hermanos Rojo” (cooperativa).

Todos los chorizos proceden de una misma fábrica o, si se prefiere, de diferentes fábricas de una misma cadena. Pero no salen de las fábricas ya listos para ser consumidos, no. Antes han de dejarse curar, madurar; requieren de un proceso de post-producción antes de estar listos para el consumo. Y no lo estarán hasta que no estén en disposición de ser considerados uno de los platos principales de la mesa, es decir, cuando adquieren poder. Es entonces, cuando tienen poder, cuando alcanzan su punto óptimo de sabor y están listos para ser degustados por los invitados al festín, por lo general empresarios sin escrúpulos (que, por supuesto, habían salido de la misma fábrica que los anteriores, aunque con distinta etiqueta); invitados que – condición indispensable – antes de atacar el chorizo, habrán primero de sazonarlo (untarlo) bien para conseguir que esté en su punto ideal. Claro que una vez engullido, el chorizo español, curiosamente no fenece en el proceso digestivo de su homónimo empresario, sino que por algún misterio todavía por resolver reaparece en la mesa a la hora del postre, pero no ya como vianda, sino ahora en forma de comensal, para participar junto a todos los demás en el reparto del pastel.

Pero como he dicho, esto no ocurre hasta que el chorizo, tras una estancia más o menos larga (depende de los casos) en la cámara de curación, en la que debe manifestar su fidelidad incondicional a la marca, se ha ganado el derecho a ser el plato principal del ágape, es decir, hasta que ha tenido poder. Hasta entonces, maniatado por su condición de secundario, su papel desde que sale de la fábrica es bien distinto: es el de criticar cruel e indiscriminadamente a sus congéneres choriciles de la marca de la competencia que sí han llegado ya a ser plato principal.

Es opinión generalizada que, entre todos los chorizos, el ibérico se lleva la palma. El chorizo ibérico, al igual que su homónimo el embutido, está como mínimo al mismo nivel que el mejor de los chorizos del mundo entero. Pero quizás, por su descaro, pueda hacer incluso hasta algo de gracia frente a un chorizo más disimulado, más desapercibido. El nuestro es un chorizo de pueblo, no de haute cuisine. Nuestro chorizo puede estar tragándose una caravana en una carretera de Sevilla y, como es el hermano del vice-presidente del gobierno, pues puede desviarse un poco para ir a una base militar y coger allí un Mirage del ejército del aire para que lo lleve a Madrid sin agobios; y tranquilos que no pasa nada, que aquí manda mi hermano. A nuestro chorizo se le puede decir en el Parlament de Catalunya que su problema es el “tres per cent”, y tranquilos, que ni me ruborizo, que aquí mando yo y como si no me hubieran dicho nada. O puede permitirse el lujo de comparecer ante el propio Parlament y soltar a sus anchas que “cuidado porque si vas segando una parte de una rama, al final cae toda la rama y los nidos que hay en ella, y después caen todas las demás ramas”. Claro que sí, ¡con dos cojones! Nuestro chorizo – y sus amiguetes – pueden estar de mierda hasta el cuello, que tranquilos, que no pasa nada, que para eso mandamos nosotros y somos como Eliot Ness: intocables. Nuestro chorizo se cree que puede afanar a discreción de los fondos reservados del Estado, porque para algo soy quien soy. Como se lo creyó también – intocable – el amigo Bárcenas; o el yerno de nuestro anterior Rey, por el simple hecho de serlo, y a quien deberían haberle dado, en lugar del ducado de Palma, el de Cantimpalos. O, una vez más, nuestro ex President, el Molt Honorable, que con suma habilidad supo proyectarse durante años como la imagen perfecta del bon català, como la representación del catalán trabajador, cercano, afable y honesto, mientras iba amasando una fortuna de forma ilegal e iba colocando uno a uno a todos y cada uno de sus ocho vástagos en puestos que, de forma directa o indirecta, cobraran de la Administración Pública. Otro chorizo artesanal.

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Por otro lado, están las características de nuestro chorizo, el ibérico, el de pueblo: se caracteriza por la ausencia total y absoluta de vergüenza, por negar su culpabilidad hasta el último suspiro, incluso cuando ya ha ingresado en prisión tras una primera sentencia condenatoria, una segunda en apelación y una tercera dictada por el Tribunal Supremo. Todos estos tribunales están siempre equivocados, pues el chorizo es siempre inocente. Se caracteriza también por su aversión a la dimisión y a la asunción de responsabilidades. Por ofenderse sobremanera ante insinuaciones o acusaciones de corrupción hacia su persona. Por incurrir, con cargo a terceros (generalmente, el erario público) en gastos suntuosos en los que desde luego no incurriría si tuviera que costeárselos él mismo de su propio bolsillo: restaurantes de lujo y engullir a destajo en ellos caviar, marisco y champagne, como si se tratara de lentejas y agua con gas; hoteles de lujo, viajes en 1ª clase, dietas, etc. Se caracteriza también, en la medida que el montante de lo mangoneado lo aconseje,  por tener a buen recaudo su botín en paraísos fiscales, fuera del alcance de las garras del fisco español. Y cómo no, también se caracteriza por ser el primero en exigir a los demás seriedad y responsabilidad en el ejercicio de los cargos públicos, y en pedir la lapidación política del desgraciado de turno al que hayan pillado, si éste pertenece a un partido distinto; pero jamás – eso bajo ningún concepto – adoptará la misma postura si el chorizo cazado pertenece a su propia marca: la presunción de inocencia se predica exclusivamente para los colegas de partido; para los demás, lo que procede es la dimisión inmediata, la depuración de responsabilidades de todo tipo y la proclamación del hecho como “escándalo y vergüenza nacional”.

Pero ojo que el crecimiento y la proliferación de los chorizos a lo largo de nuestra geografía se debe, en buena medida, a nuestra propia cobardía, a nuestro “temor reverencial”. Se debe a que no hay huevos para enfrentarse a quien nos da de comer, a que no hemos sido un David capaz de plantar cara a Goliat. Si se nos “insinúa” que estaría muy bien que las plantas para la T1 del aeropuerto de El Prat se compraran a la empresa de la esposa de Pujol, pues ya no se nos ocurre pedir un presupuesto alternativo a otra empresa, no sea que me vayan a denegar las licencias y los permisos y se los vayan a dar a otros. No se nos vayan a enfadar, tengámoslos contentos. Si se “recomienda” que el césped del Camp Nou lo coloque esa misma empresa, pues adelante, la “recomendación” se torna imperativa por venir de donde viene, se coloca el césped en cuestión y punto pelota (nunca mejor dicho); aunque luego, al cabo de tan sólo un año, haya que levantarlo todo y reponerlo porque ha sido una auténtico churro (y por supuesto, que no se nos ocurra reclamar o pedir indemnización alguna). Y ejemplos como estos, mil. Y lo que menos me importa, a mí al menos, es la marca del chorizo en cada caso. Me importa un bledo si el chorizo se sirve en la mesa de los ERE en Andalucía, en la mesa del Sr. Bárcenas, en la del Sr. Pujol o en la de Perico de los palotes. El chorizo apesta en todas las mesas.

Ya lo dijo Victoria Beckham: “España huele a ajo”. Y es que en España podemos encontrar un chorizo en cada esquina. Eso sí: de primerísima calidad.

3 comentarios en “EL CHORIZO IBÉRICO

  1. En este artículo, querido Monsieur, ha estado usted muy acertado. Sólo le faltaría añadir que el destino de la comida es que sea convertida en mierda que la desechamos en un water para que se dirija a las cloacas. La de los chorizos, es especialmente apestosa. Pues eso, más que nada para acabar con las comparaciones con los mierdapoliticuchos (sin distinción ni excepción) que desgraciadamente tenemos en estas latitudes. ¡Qué malos que son todos! ¡TODOS!

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